Por: José Renán Trujillo
José Renán Trujillo |
Mientras se agitan las campañas por el Sí y por el No, con marchas
y con la exposición de puntos de vista muy polarizados que se asumen de
maneras apasionadas, poco o nada se ha hablado del contenido del Acuerdo Final. Y creo que es oportuno empezar a revisar algunos de los aspectos
más relevantes de los cinco puntos que integran el documento.
Hoy, quiero detenerme en el primer punto, que habla del Nuevo Campo
Colombiano o Reforma Rural Integral. En él se realizan planteamientos
claves, sensatos y muy necesarios para dinamizar y mejorar la calidad de
vida de quienes habitan en las zonas más apartadas. Llama la atención, en esta primera parte, el énfasis que se hace en
las mujeres, los niños y los adultos mayores, como la franja poblacional que mayor
atención requiere.
Por ejemplo, con relación a las mujeres promueve aspectos como
garantizar un acceso integral al sistema de salud, no solo para ser
atendidas con todas las de la ley cuando se encuentren en estado de gestación, sino para tener servicios que
les garanticen sus derechos sexuales y reproductivos; así como programas
de promoción y prevención. Con los niños y jóvenes se plantea que haya más escuelas y docentes
para ofrecer formación desde la básica primaria hasta el bachillerato, impartiendo
educación acorde a las necesidades de la comunidad. Además, facilitar el
acceso tecnológico y la creación de becas para formación técnica, tecnológica o profesional porque
la meta es la eliminación del analfabetismo. Y para los adultos mayores se plantean condiciones para tener una
vejez digna y tranquila.
Mirándolo de manera crítica, este primer punto es un llamado de
atención bien fuerte al gobierno para que encamine sus esfuerzos a la zona
rural que, por cuenta del conflicto, no recibía inversión. Ahora llegó el momento de asumirlo y con
retroactividad.
El Acuerdo Final nos pide mirar la realidad de nuestros campos: Se
estima que un 32% de la población colombiana habita nuestros campos, no
poseen todos los servicios públicos básicos como agua potable o alcantarillado, algunos
no tienen vivienda y otros viven en estados de pobreza más extrema de la que se
puede apreciar en las ciudades. Se ha estimado que el índice de pobreza ronda el 44%, según datos del Dane.
Con el primer punto del Acuerdo, todos estamos llamados a
reflexionar y a definir realmente qué queremos con el campo colombiano. De nada nos sirve
tener ciudades funcionales y modernas, si nuestro principal proveedor del
alimento no tiene las condiciones mínimas de vida. Si queremos la paz,
empecemos por darle paz y tranquilidad social a nuestros campesinos.
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