Por: José Renán Trujillo
Amigas y amigos vallecaucanos,
Paz es justicia, pero ante todo, más y mejor democracia. Y democracia es, a no dudarlo, expresión del pueblo en las urnas.
Todo este proceso de búsqueda de la reconciliación como anhelo de los colombianos, está generando una dinámica de creatividad y de avanzada imaginación que en lugar de contribuir a la solidez de nuestra maltratada democracia, puede llevar a tal grado de malinterpretación que desgaste inútilmente los pasos que se han venido dando en La Habana.
La Constitución de 1991 introdujo a la vida del país un gran avance. Pero requiere más que modificaciones permanentes, reglamentación legal para avanzar en la integración social y política, la convivencia y la participación.
Hay que dar el paso de una reforma política real, profunda; no una colcha de retazos que para nada sirva, por el contrario, que le devuelva a Colombia la fe en su sistema democrático, lo vigorice y lo legitime.
Por allá en los años 1995 dimos una batalla en ese sentido, rodeando la postura del ministro del interior de entonces, Horacio Serpa Uribe, para darle fortaleza a las deliberaciones de la comisión para el estudio de la reforma de los partidos políticos, integrada por destacadas personas del universo académico, político y gremial.
Sus principales conclusiones fueron la consolidación de la democracia participativa; la institucionalización del esquema gobierno oposición; la generación de estímulos e incentivos a la organización ciudadana; financiación de las campañas electorales; voto obligatorio y unificación del calendario electoral; profesionalización e independencia de las funciones de control y fiscalización; acciones positivas a favor de las mujeres y las minorías y racionalización del funcionamiento de las corporaciones públicas.
La crisis política de aquel momento lamentablemente hundió la iniciativa. Es una propuesta que debe retomarse con ímpetu y decisión de gobierno y partidos. Eso de poner a volar la imaginación planteando asignación de curules a dedo sin participación directa del electorado, no pasaría de ser un inadmisible engaño al pueblo.
Reforma política a fondo, con todos sus componentes, es una exigencia nacional.
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